Simionema | Artículo de opinión: nuevos consumos culturales
Una breve reseña acerca de cómo la música y los libros han ido mutando y de cómo los receptores hemos hecho lo mismo.
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Artículos de opinión

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Artículo de opinión de Diego Passamonte, para Simionema asesoría narrativa

Una breve reseña acerca de cómo la música y los libros han ido mutando

y de cómo los receptores hemos hecho lo mismo

Diego Passamonte
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Este artículo es propiedad intelectual de Diego Passamonte y se encuentra asentado en el registro de propiedad intelectual SafeCreative. Si desea mencionarlo, citarlo o difundirlo, utilice la siguiente referencia:

Passamonte, D. (2018). ” Una breve reseña acerca de cómo la música y los libros han ido mutando y de cómo los receptores hemos hecho lo mismo”. Disponible en: https://simionema.com/lecturapassamonte/

©Diego Passamonte. Todos los derechos reservados.

 

La primera página; la primera canción

El ejercicio de leer es mágico. El proceso que se detona cuando leemos es mágico porque confluyen y se conjugan una serie de características muy peculiares, que son comunes a todos, pero a su vez nos remiten a imágenes, momentos, sensaciones muy personales e individuales.

Con la música sucede algo similar. Una canción es capaz de cambiarnos el humor del día y de generar muchas cosas más. Pensemos, para la música y los libros, en la teoría del caos y el aleteo de la mariposa. Algo íntimo que puede ser el origen de variaciones complejas para nosotros que alcancen incluso, en mayor o menor medida,al resto de las personas.

Hoy, estimado lector, estarás leyendo estas líneas desde tu ordenador o desde tu teléfono móvil. Quizá desde una Tablet o IPad. En un pasado no tan lejano —un pasado desconectado— leíamos desde el soporte físico de libros, diarios y revistas.

Los canales de difusión cambian y es muy interesante poder hacer una muy breve observación de cómo muchas veces las formas llegan hasta el corazón de lo que buscamos transmitir y modifican el contenido o, para decirlo de otra manera, el contenido se acomoda a la forma, al canal. Busca adaptarse para poder existir, llegar lejos. Y nosotros, los receptores, también mutamos, nos vamos acomodando, adaptando, tratando de conseguir lo mejor de cada experiencia. Pero… ¿fue esto siempre así?

Quizá no resultaría extemporáneo afirmar que, hace un tiempo, no era poco frecuente que nos sintiésemos “violentados” por el planteo creativo y el contenido de ciertos textos complejos, difíciles de leer y discos crípticos, densos y no inteligibles a la primera escucha. Estas obras resultaban, en general, de ardua digestión. Y no eran precisamente pocas las creaciones de este tipo.

Frente a aquellos libros y discos, ¿qué hacíamos nosotros? Pues buscábamos conquistarlas y hacerlas propias, releyendo los libros y re-escuchado los discos una y otra vez; proceso que llevaba tiempo, pero que resultaba un camino agradable y desafiante.

En comparación, es probable que los libros y los discos ya no nos “violenten” tanto como años atrás. Hoy las obras, en su mayoría, se producen aptas para su consumo inmediato, en lo que pareciera ser un esfuerzo de penetrar en los mercados con la menor exigencia posible para el comprador/consumidor. Y aunque esto podría catalogarse a priori como una decisión de los artistas/productoras, creo que también habla claramente de un cambio en nosotros que, como lectores y consumidores de música, hemos dejado de esperar aquella complejidad, que ya no apetecemos y, por lo tanto, resultamos en lectores y oyentes sumidos en cierta comodidad.

Los invito a que nos enfoquemos en la música y los libros puntualmente; en cómo hoy se canalizan, en cómo se adaptan y qué hacemos nosotros para recibirlos. Para ello vamos a comenzar por el principio.

 

The times they are a-changing

Para hablar del contenido y de las formas debemos comenzar hablando del tiempo. El tiempo que convive con nosotros y al que podemos comprender siempre que no nos pongamos a meditar sobre él.

El tiempo tiene algunas características particulares. Nunca el antes fue igual al hoy, así como el mañana diferirá enormemente de este presente que muchos creemos avanzado, pero que si observamos con cierta distancia —años por delante— será un pasado más; aunque nuestro propio pasado, el pasado que habitamos. Pero si algo identifica cada etapa, ya sea pasada, presente o futura, son los cambios. Los cambios tan inherentes al tiempo pero que también son parte de nuestro ser, de nuestra vida. Básicamente porque se originan en y desde nosotros, que somos quienes cambiamos, crecemos, ¿evolucionamos? Y es desde nosotros, también, que activamos cambios —menores o enormes y sustanciales— en quienes nos rodean. Desde esta idea, está claro que vivir es cambiar y generar cambios en otros.

Uno de los cambios más marcados de estos últimos años —pensando en el mundo de los libros y la música— tiene que ver con una suerte de poder acceder de manera más sencilla a algunas obras, que tiempo atrás parecían inalcanzables, inconseguibles o por lo menos muy difíciles de encontrar. Un simple ejemplo: Spotify. Recuerdo que en 1994 estaba intentando conseguir por cualquier parte un CD. Había leído una reseña de “Automatic for the People” en una revista de música. Esa reseña me  cautivó, ya que explicaba casi tema por tema cómo ese disco era un gran salto al vacío en la obra de una banda que venía de hacer un éxito descomunal, pero que había elegido, para seguir, hacer un disco sombrío. Tardes y tardes de mi vida invertidas en esa búsqueda, que por otro lado no era tan amplia. Si no estaba en las disquerías de mi ciudad podía pedirles que lo consigan —algo que llevaba su tiempo y que no garantizaba el éxito— hasta que con mucha suerte y muchas veces de alguna forma difícil de explicar, podíamos dar con la bestia que estábamos buscando, con esa obra que queríamos conocer. La escucha o la lectura de esas obras quedaron, en mi caso, empapadas por ese período de búsqueda y deseo. Eran semanas y semanas anhelando algo. En algunas contadas ocasiones esa búsqueda no tenía éxito y debíamos conformarnos con otra cosa. Evidentemente, por aquellos años llegábamos a escuchar o leer no sólo lo que pretendíamos —que en muchos casos no se conseguía— sino lo que lográbamos encontrar. La oferta era mucha, pero difícil de conseguir. 

Volvamos al ejemplo de Spotify. Hoy la búsqueda sigue existiendo con la diferencia de que casi todo se encuentra y es instantáneo. Hagamos otro ejercicio: pensemos en algún disco que se nos ocurra. Abramos Spotify y  busquémoslo. Aparecerá casi como por arte de magia. Antes debíamos ser pacientes y la paciencia construía el deseo. Hoy somos instantáneos tanto para conseguir lo que buscamos cómo para consumir. El deseo dura muy poco porque las cosas se pueden conseguir y ¿para qué desear lo que sabemos que vamos a obtener?

Con los libros sucede algo similar. Confieso que siempre me costó encontrar muchísimo más libros que cd’s. Muchas entradas y salidas de librerías en busca por ejemplo de “El silenciero”; “La velocidad de las cosas” o “Ubic”. Hoy los libros se compran vía web con ¿cuántos? 6 clics y 5 días de demora exactos, o vía Kindle en un abrir y cerrar de ojos.

Pero ¿por qué ahora es tan simple acceder a estas obras?

 

Un código binario llega hasta ti

Es indudable que los canales desde dónde nos llega la información han cambiado, pero no sólo los canales. La forma de llegar a los libros y a la música en general es distinta, ya que en la era digital tenemos prácticamente todo en múltiples pantallas gracias a Internet.

Es real, yo aún añoro entrar a una disquería y revolver miles y miles de discos, cd’s o casetes. Pero esa nostalgia se diluye con un clic. Me sucede lo mismo con las librerías; aunque aún hay muchas más —y algunas de ellas muy completas— es mucho más fácil comprar online, conseguir la edición del libro que estamos buscando y hacer clic para recibirlo en casa en un corto tiempo o leerlo en formato electrónico al instante.

Entonces, el cambio de la distribución de contenidos y del canal trae aparejado una primera relectura —consciente o no pero relectura al fin— por parte del artista de lo que debe “crear”. El escritor sabe que sus lectores leen mucho, pero no sólo libros, sino que leen todo el tiempo sus monitores y teléfonos y la mayoría de las veces ni siquiera leen literatura. Estamos en el medio de la jungla de contenidos. Por un lado, los medios tradicionales que han aggiornado sus formas; añadimos a los medios audiovisuales que siguen tan invasivos como siempre. Pero además debemos sumarles a ellos las redes sociales. Todas y cada una de ellas construyen nuestro presente. Y la mensajería; ese paradigma de la comunicación moderna que fue creado para comunicarnos con otro pero que ya se han transformado también en redes sociales gracias a los “grupos”. Entonces,  lo que leemos y escuchamos nos condiciona, pero además lo que los otros opinan y en la forma que lo hacen nos pone en una sintonía particular. Antes nos condicionaba una lectura o el anhelo y la búsqueda. Hoy eso ha cambiado: podemos encontrar información de libros y música en las redes y en toda internet. Y nos pueden condicionar muchas más voces. Ya no es un proceso casi privado sino colectivo, y es muy difícil abstraerse de ello. Pero, además, suministrado en las dosis justas, puede ser muy interesante y revelador.

Es por todo ello que el escritor debe repensar su contenido para poder llegar a sus lectores. Y entonces cambia la forma en que canaliza el contenido, y cambia muchas veces dicho contenido. Hace un largo tiempo, el cuento comenzó a “competir” con la novela en popularidad y en estatus. Si bien se trata de dos géneros distintos, pueden ir de la mano. Hoy no es sólo el cuento sino los micro-relatos los que juegan un papel importante entre los lectores. Pero esto no corresponde a una degradación de estilo ni mucho menos. No cualquiera escribe una novela, ni un cuento, pero tampoco cualquiera puede tener la capacidad de crear buenos micro-relatos, ya que detrás de una estructura simple está, entre otras cosas, la complejidad de poder encerrar una historia en pocas líneas. Esto significa que no hablamos de calidad, sino de formas y de canales. Porque el micro-relato puede editarse en el formato tradicional, pero además puede transmitirse por los múltiples medios que tenemos a disposición.

Al tener la posibilidad de recibir tanta información (tantas canciones, cuentos, novelas, micro-relatos) también encontramos distintos niveles de “calidad”, muchas veces muy sutiles, muchas otras no. Hoy todos podemos escribir y publicar, lo cual es muy bueno, pero también —de algún modo— algo complejo. Cualquiera de nosotros puede leer cualquier cosa en este océano de palabras. Saber discernir es la clave para leer contenidos de alta calidad. Y para que cualquier tipo de contenido llegue al lector, dependerá fundamentalmente de sus “motivaciones” de lectura, o de lo que el lector prefiera para ese preciso instante. Muchas veces buscamos lecturas desafiantes, lecturas que nos incomoden, que nos saquen de nuestro lugar de confort; otras veces necesitamos lecturas distractoras, “inofensivas”. En ocasiones preferimos cuentos cortos, en otras largas novelas, o simplemente la pantalla del ordenador. Dependerá un poco del aquí y ahora del lector, el tipo de contenido al que éste quiera acceder.

Como escribía previamente, también hoy podemos escuchar prácticamente lo que queramos. Y al igual que sucede con la lectura, podría decirse que ello es bueno y malo a la vez. Hace un tiempo —no tantos años atrás— sólo escuchábamos lo que elegíamos, lo que buscábamos, deseábamos y tratábamos de conseguir. Hoy podemos jugar a ser dioses: nos es entregado todo; todas las canciones están allí; podemos hacer uso del Jardín del Edén y si mordemos la manzana sabemos que el mundo seguirá girando. Como los viejos discos.

El rock, género casi primal, nació con canciones que por lo general se pulían en vivo y luego llegaban a convertirse en simples. Tiempo después vinieron los discos que fueron muy populares. Y desde allí en adelante todo ha sido evolución: casetes, cd’s, dvd’s, mp3…

Debo haber escuchado “Automatic for the People” unas 30 veces el primer mes. Y si bien lo tenía en cd, lo escuchaba completo. De una pista a la otra para volver a empezar. Venía de la vieja escuela de los casetes donde saltar un tema era bastante complejo. Entonces conozco cada pequeño detalle de esas canciones. Hoy ya casi no se escuchan discos de punta a punta, pero los jóvenes no dejaron de interiorizarse ni conocer lo que escuchan ni de profundizar en sus gustos. Los hay fanáticos del dance, del electro, del trap, del metal. El mercado cambió porque el medio cambió, como cambió el artista y cambió el receptor. Hoy es raro escuchar música sentado en el living de tu casa sin hacer otra cosa. Por estos días escuchamos música en el auto, cuando salimos a correr, cuando compramos ropa; es una moneda corriente y esa habitualidad hace que las canciones tengan la posibilidad de ser reproducidas en todas partes. Las playlist de YouTube o Spotify manejan el mundo y son apropiadas por la mayoría para guiar los gustos musicales. Estar en una playlist de alta rotación equivale a ser escuchado millones de veces. Por eso crear algo complejo —y no tan complejo— puede ser un problema porque llegaría a muy poca gente (a menos que ese sea el objetivo del artista). Al estar la música en todas partes, el éxito se mide en cantidad de reproducciones.

El músico debe también adaptar su obra a estos estándares. Y sucede lo mismo que con los libros. Venimos de discos conceptuales y complejos y de álbumes dobles, que por lo general debían escucharse completos porque era un tanto complejo cambiar de canción y porque en todos subyacía la idea de “obra total”. Pasamos luego a la era digital en donde el disco permanecía, pero ya la idea de una escucha en random —cosa casi imposible antes de los ’90— era más fuerte (ahí estaba parado yo cuando escuchaba “Automatic…”). Ya no importaba tanto el orden de las canciones y se iba desdibujando lentamente el mensaje. Hoy estamos en la era del streaming que no es otra cosa que la era de la canción; escuchamos en general canciones sueltas. ¡Y vaya si el artista que busca permanecer, pero además crear, ha debido cambiar su obra! ya que es muy distinto pensar en una canción, en poder “armar” una canción que sea escuchada globalmente, a pensar en un disco completo, los cuáles siguen existiendo claro está. Pero ¿quién se acuerda hoy del nombre de un disco? Sólo los fans de determinados artistas. Casi todos recordamos los nombres de las canciones. Hoy el lúgubre, profundo y desenchufado “Automatic…” sería distinto a los oídos del receptor y quizá hasta el producto final por parte del artista habría mutado. Ni mejor ni peor; simplemente (y vuelvo a reiterarlo), distinto. Hoy por todas partes suena trap (mezcla de hip hop y electro) y lo que es más increíble: si nos interesa, en un par de semanas podemos hacernos expertos del género. O por lo menos conocerlo bastante. Basta buscar playlist armadas por entendidos y linkearlo con información de la red.

Como sucede con los lectores de libros, en el terreno de la música encontramos oyentes exigentes, en cualquier género, más allá de la plataforma que utilicen (algunos quieren seguir escuchando en vinilo, otros en cd’s o Spotify). Estos oyentes pueden escuchar lo que les interese y eso es fantástico, porque ahora tienen acceso a muchos más artistas que antes habían querido escuchar y no les resultaba factible. Esos oyentes también se construyen con tiempo. Por lo general, han ingresado a la música en un plano distinto, buscando encontrar en las canciones o discos un plus más allá de la diversión, el baile, o el pasar el tiempo. Han buscado y por lo general encontrado, una identidad, un significado, una justificación a sus actos y a su comportamiento. Sin embargo, está el otro oyente que va por el impacto; impacto que es sinónimo de nuevo y de éxito. Este tipo de oyente es el que prima por estos años. Y la música le sirve para divertirse, independientemente de la calidad. Le sirve para enamorarse, como sirvió siempre, para bailar, para compartir, para acompañar, pero de una manera distinta: como el título de aquella vieja canción: música de fondo para cualquier fiesta animada. La música se mimetiza con el ambiente, forma parte del ambiente y podría estar o no.

Y hay algo más: existen hoy muchas obras que se construyen sólo pensando en el mercado; para vender más, para que el producto sea redituable. Esas canciones y libros —que son muchos— quedarían exentos de este análisis.

 

Un poco de luz

Hemos leído sobre cómo varían los canales de difusión y cómo lo hacen las mismas obras y el receptor. Algo muy general pero que intenta echar luz sobre nuestras costumbres actuales.  Ambas pasiones, la música y los libros, nacen de momentos de total intimidad. Momentos únicos y personales que luego pueden mutar —retomamos la idea del aleteo de la mariposa— y masificarse. Miles de personas leyendo la misma página o escuchando la misma canción. Es allí cuando todo se reduce a una canción o a unos cuántos caracteres, que el arte reclama su lugar con su frase “el arte ataca”. Porque eso es lo glorioso del arte: una canción es todo un mundo, una página nos cambia la vida. Y provenga de dónde provenga, o más allá del objetivo de su concepción, cuando el arte modifica tu vida, toma otro vuelo, pasa otro nivel —pues no cualquier obra te transforma— y genera el aleteo de mariposa que puede modificar también al resto de las personas, en mayor o menor medida. Simples o complejas las canciones y los libros son como luces en el medio de la oscuridad de esta galaxia. Está en nosotros elegir cuáles de esas luces encendemos, permitiéndoles que iluminen nuestro camino, y cuáles, simplemente, dejamos apagadas. Y está en los artistas encontrar la combinación perfecta de luces que nos iluminen.

Lo importante es no permanecer en la oscuridad.

 

Sobre el autor

Diego Passamonte es periodista y escritor. Actualmente trabaja en Marketing.  Fue el creador del Weblog “Sueños a Pila” que estuvo online durante más de 10 años. Allí publicó ensayos, cuentos cortos, dos micro novelas y críticas de libros y discos.

Para leer algunos de sus cuentos haz CLICK AQUÍ.